Don Luis Fernando Alvarado y de Trempera-Tancat, Nano
para los amigos, no pudo ser nunca dominado por su madre, una Trempera-Tancat
del Priorat que, mermada su fortuna, hasta hubo de ponerse a trabajar, no le
digo a usted más. Don Luis Fernando no se dejó tampoco amilanar por su esposa,
braguetazo de sus años jóvenes y terrateniente con millones, hija de familia de
ésas, de las de toda la vida. Y eso que estuvieron casados, y hasta educadamente
cerca, más de veinte años. Que se dice pronto.
-
El día que me marché, me fui con lo puesto. Hasta los colmillos de elefante le
dejé. Me marché como un caballero.
-
¿Se dejó también su colección de armas?
- Sí. Sólo me llevé las más queridas: una pareja de Purdeys, otra de Grullas y un
Holland & Holland 400 de cerrojo y, cómo no, el impagable Mágnum que
tantas satisfacciones me dio en Kenia.
-
Entonces, fue usted un cazador empedernido.
-
No. En absoluto. Yo era un cazador social.
-
¿Social?
- Sí. No me confunda usted con esos escopeteros, pisaterrones y rebañalindes, que
van por ahí, sin resuello, persiguiendo liebres y perdices. Yo, perdóneme la
inmodestia, nunca he sido un ordinario. A nosotros nos invitaban a fincas.
Luego, lógicamente, teníamos que invitar nosotros a las nuestras. El mundo
funciona así. Los conocidos llaman a los conocidos, el negocio al negocio y el
dinero al dinero. Pero todo con elegancia, con buenos modales y porte
distinguido, y, sobre todo, sin sudores, caminatas, litigios, ni todo el resto
de ordinarieces pueblerinas. La caza de verdad es otra cosa. Nosotros sabíamos
estar.
-
Pero, ¿no le apasionaba?
- La caza, en mi ambiente, es un modo de conocer gente adinerada. El aperitivo
eran las perdices o los venados o los guarros y el plato fuerte eran los
negocios, los contratos, las relaciones. Esas eran las verdaderas presas. La
caza, en sí, un pretexto. El plato principal era el dinero.
-
¿Y no podían hacer lo mismo sin cazar?
-
Bueno, la caza, como le he dicho, era sólo un pretexto. En realidad, nosotros
no cazábamos, sólo disparábamos. He ahí la diferencia. Había siempre un pequeño
ejército de ojeadores, guardas, perreros y secretarios que todo nos lo daban
servido, incluso nos cargaban las armas y contabilizaban y localizaban las
piezas que abatíamos. Tú simplemente disparabas. Así que esas cacerías suelen
estar llenas de buenos tiradores. Prácticamente no hacen otra cosa en su vida:
disparan y firman. Dos cosas que se parecen por lo decisivo e instantáneo. Y
todos teníamos un buen estilo, una elegancia en ello. Algo adquirido con los
años y nadie desentonaba, eso ni pensarlo, por favor.
-
Y, ¿por qué elegían esa actividad y no otra cualquiera, un deporte, por
ejemplo?
-
Amigo, qué poco entiende usted la psicología humana. Porque la caza es un
símbolo de poder. La caza es un sacrificio y, en ella, los cazadores, deciden
dar la muerte a animales. Se elevan sobre el resto de los mortales. Llegan a
creer que son todopoderosos. No hay otro sentimiento más potente que el de
administrar la muerte, el dispensarla con el ligero movimiento de un dedo. ¿No
recuerda usted a los césares? Ese sentido del poder es bueno para los negocios.
Digamos que los propicia. ¿Deportes, dice usted? En los deportes se compite y
unos quedan por encima de los otros. ¿Cree usted que eso es bueno para los
negocios? No, no lo es. En los negocios todos han de sentirse poderosos,
magnánimos con los de su rango. Lo que hoy haces por otro, mañana ese otro lo
hará por ti. Ambos comulgáis administrando la muerte, el poder. Sois sus
sacerdotes, compartís el sentimiento. Sois como hermanos, de la misma casta,
formáis piña. Por eso la cacería se presta a los negocios. Ambas cosas,
cacerías y negocios, se parecen mucho. Sólo las practican quienes pueden. Los
demás miran o, como mucho, ojean o llevan las cuentas o limpian y venden las
piezas por unas míseras monedas. Sí, ya sé que por detrás critican. Es lo único
que pueden hacer, ¿qué importa eso? Pero, si un día se permitiera cazar seres
humanos, los negocios se harían allí. No lo dude. La caza quedaría
momentáneamente desbancada como un sucedáneo innecesario. De hecho, las mayores
fortunas se han hecho siempre en las guerras, ¿o me engaño?
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